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CUENTOS DE CIELOVERDE 

AVISO IMPORTANTE: La palabra Cuento suele estar relacionada con los niños. Sin embargo, aunque las historias de esta colección están escritas e ilustradas con buen gusto, ciertos personajes aparecen desnudos y se habla de algunos temas que pueden parecerte políticamente incorrectos según tu educación.

​Aquí te presentamos una muestra para que te hagas una idea del contenido.

MO Y PE, FLUJO DE AMOR

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En Cieloverde las cosas no suceden como en otros rincones del mundo. Para darte un ejemplo puedo decirte que en estas tierras hay ríos que suben hacia las montañas, llevando su caudal a lo más alto para que las gargantas beban, si a éstas les apetece beber. Todos sabemos que el agua es generosa, y que está cargada de Amor, un Amor que vuelve a los seres descomedidos en sentimientos para que puedan ser libres de expresarse y ser ellos mismos. Las emociones entonces fluyen y pueden alimentar a otros a su vez. Así que no es de extrañar que, de vez en cuando, esos mismos manantiales que aman incondicionalmente entregando su líquido a borbotones se abran a saborear el agradecimiento que les es devuelto.

De modo que, si caminando por Cieloverde, ves de repente al agua cambiar su curso puedes tener una cosa bien clara: alguno de sus habitantes le ha dicho al río que lo ama con incondicionalidad y que le agradece todo el afecto vertido en sus tierras. Eso, o el propio arroyo ha visto una muestra de Amor tan grande que se le ha volcado su corazoncito y ha empezado a latir su riego hacia el otro lado… ¡ese también podría ser el caso! 

De hecho, exactamente eso es lo que sucedió cuando Mo y Pe aparecieron en el bosque. Ambas llegaron cogidas de la mano. Cansadas del largo trecho recorrido en su viaje, se sentaron a las orillas de uno de los pequeños riachuelos que recorren la arboleda y refrescaron sus pies en él. Tocadas por la magia del agua, se miraron a los ojos y vieron la una en la otra la profundidad del Amor que se profesaban y el sentido que ambas habían elegido darle a sus vidas con la decisión que acababan de tomar. Supieron entonces que sus almas estarían unidas por un vínculo irrompible hasta el fin de los días.

Como te puedes imaginar, ante el fervor de tales sentimientos, el fluido se estremeció y su circular cambió de sentido. Así fue como la montaña conoció a aquellas dos nuevas ocupantes del bosque y así fue como las dos duendecillas supieron que habían llegado a su verdadero hogar. 

¿Que qué les había pasado antes de llegar a Cieloverde?

Pues verás, las dos pequeñas venían de las extrañas Tierras del Este, a decenas de jornadas de viaje antes de llegar al desfiladero angosto de Nuncatrás. Ambas habían nacido allí y habían crecido aprendiendo las costumbres de su tierra. Su niñez fue muy alegre, jugando y divirtiéndose con el resto de sus compañeros. Pero a medida que fueron creciendo, poco a poco los habitantes de aquel poblado se fueron convirtiendo en ogros sin aparente explicación para ellas.

El primer día que alguien se transformó fue en la plaza de la aldea. Eran las fiestas de la Estación del Florecimiento. Después de varias horas disfrutando de la música y cansadas de tanto danzar, Mo y Pe se dieron un enorme abrazo y un beso antes de sentarse a descansar en los bancos de piedra que rodeaban la pista. Nor, el duende que estaba justo detrás de ellas, de repente se volvió oscuro, le crecieron los dientes y la cara se le llenó de bultos. Todo fue muy rápido, en realidad ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Pero el caso es que éste comenzó a mirarlas de forma tan desagradable que se sintieron incómodas y volvieron a su casa con un sabor agridulce en la boca.

Al día siguiente se dieron cuenta de que aquella afección era, sin duda, contagiosa. Varios duendes que solían salir junto a Nor tenían ahora su mismo aspecto. Bajo un ceño fruncido, sus ojos, rodeados de protuberancias y verrugas, las miraron con hostilidad cuando atravesaron la calle principal cogidas de la mano.

Pero lo terrible fue que, en poco menos de un mes, todo el mundo en la aldea se desfiguró. Aunque su aspecto no fue en realidad el cambio más significativo, se habían vuelto hoscos y desairados, sus palabras se tornaron reprobatorias y su talante, intransigente. De modo que, viendo que ellas eran las únicas que quedaban con su aspecto original, y con miedo a contagiarse de esa horrible enfermedad que los volvía a todos tan dictatoriales, decidieron partir en busca de un lugar en el que poder estar tranquilas.

Les costó muchísimo tomar la decisión, estaban enamoradas de aquellas tierras y tenían un montón de recuerdos hermosos de cuando habían sido pequeñas. Pero la situación se había vuelto insoportable y, muy a su pesar, decidieron partir.

Nunca se imaginaron que iban a dar con un recoveco en el mundo donde las cosas no tienen que ser de una manera determinada para ser aceptadas. Si un río puede cambiar de dirección, ¿qué libres no serán las mentes de los habitantes de este lugar tan maravilloso?

Ni que decir tiene que no hay ogros en estas tierras. De manera que todos son más que amigos, se aceptan y se quieren tal y como son, y eso que hay bastante excentricidad por estos lares, ¡os lo puedo asegurar!… Ah!, y por cierto, Aguatornada, el pequeño río que cambió su curso cuando ellas llegaron, sigue llevándole Amor a la montaña, pues Mo y Pe viven muy cerca de su lecho y se bañan allí cada día.

​Ya sabes, ¡cosas de Cieloverde!

SABITO, UNA RESPONSABILIDAD IMPORTANTE

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En Cieloverde hay un río precioso, llamado Río Hiedra, que nace en la montaña de Pinonevado y desemboca en la Garganta de la misma montaña de Pinonevado. En efecto, tal y como estás pensando, su curso es circular. Hay muchos que viven lejos de aquí que dicen que el agua vuelve a subir porque en el lecho del río hay cientos de hiedras trepadoras que la empujan hacia arriba. No es que esa teoría no pudiera ser válida porque, en efecto, hay un montón de hiedra acompañando la trayectoria del caudal, pero los que conocen bien estas tierras saben perfectamente que el responsable de que el río termine donde empieza es Sabito y solamente Sabito.

​Este duende vive justo donde el flujo comienza a ascender. Es bastante habitual encontrarlo dormitando encima de una seta o, si el día es caluroso, tal vez a la sombra de ella. Nunca se mueve demasiado, ya que dice que en cualquier momento podría suceder un desastre y debe permanecer allí para evitarlo. Y es que él es el que, en ese punto específico, le dice al río que debe seguir girando hacia la izquierda en lugar de ir a la derecha, pendiente abajo hasta el mar.

Lleva años ejerciendo pacientemente su trabajo, con una constancia digna de admirar… ahí, tan perenne como las hojas de los abetos del Norte. Nada le hace abandonar su puesto, nada.

Fue él mismo el que de viva voz me contó que un día, muchos años atrás, un amigo le pidió ayuda porque se estaba mudando al otro lado del bosque. Lo cierto es que dudó, su responsabilidad era muy grande y él lo sabía, pero al final decidió echarle una mano durante el tiempo que tarda el sol en recorrer un trocito de cielo. Las cosas se torcieron cuando una preciosa caja de madera que llevaba entre las manos se le resbaló de entre los dedos y fue a caer sobre una piedra y ésta le hizo una muesca en la tapa. Aunque su amigo le dijo que no tenía importancia, que aquello incluso le daba carácter a la pieza, Sabito no se sintió demasiado bien por el incidente.

Tras volver fatigado, más por la tristeza por el reloj que por lo duro del traslado, se encontró con que el río había tomado su curso hacia la derecha y corría peligrosamente hacia abajo en busca del océano. Comenzó a gritarle: “hacia la izquierda, hacia la izquierda”. Pero las aguas estaban ya encauzadas y el tintineo entre las rocas ahogaba la voz del pequeño duende que no paraba de correr desesperado.

Una jornada entera corriendo -me dijo. Una jornada entera corriendo, saltando piedras, sorteando árboles, pateando tierra, enredándose con las plantas y tratando de no pisar Moralitas lilas, que como ya sabes hacen que te duermas en un instante nada más rozarlas. Una jornada entera hasta que logró ponerse por delante del río y con la mano extendida detenerlo y hacerle entender que debía girar a la izquierda. Éste rodeó su propio curso y subió y subió a las órdenes del duende hasta que, otra jornada entera después, volvió al punto de partida y continuó subiendo, como siempre, hasta Pinonevado. Buf! ¡Lo había conseguido! Pero casi casi no logra evitar el desastre. ¿Te imaginas lo que podría haber sido?

Desde aquel momento, y después de explicárselo bien a todo el mundo, ya nadie le pregunta por qué no se mueve de la seta, ¡todos lo tienen muy claro! Él está tranquilo y los demás lo están también. Las ardillas lo adoran y le llevan nueces cada día, el mirlo le canta a él primero cada madrugada, hasta Lóndergast le cuenta un cuento de vez en cuando si pasa por allí. Y el río, el Río Hiedra lo quiere tanto que iría donde fuera por él. Así que Sabito se siente seguro de estar haciendo su trabajo correctamente y esa certeza se ha transformado en una calma contagiosa. Ese rincón del bosque se ha vuelto el más tranquilo y sosegado. Cuando alguien quiere un momento de calma o intimidad acude aquí y la encuentra, sin duda.

En Cieloverde todo el mundo respeta lo que cada uno decida hacer o decida no hacer. Si algún día quieres sencillamente no hacer nada, sólo tienes que venir y decirlo… e incluso si no lo dices, ten por seguro que todo el mundo lo entenderá y te dejará tranquilo.

Ya sabes, ¡cosas de Cieloverde!
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CUENTOS DE CIELOVERDE
​EL PRINCIPIO DE TODO

Recopilación de los doce primeros cuentos de la serie de Cuentos de Cieloverde completamente ilustrado.
​El principio de todo presenta a varios de los personajes más emblemáticos de este mágico lugar.
Aviso: Algunos personajes aparecen desnudos.
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¿QUÉ TE HAN CONTADO
​SOBRE LAS RANAS?

Fantasía condensada, reflexiones breves... en ocasiones profundas, a veces ligeras como para sacarte una sonrisa...
Grandes historias en un formato pequeño. Primer libro de la colección Microcuentos a dos tintas.
Aviso: Algunos textos no son adecuados para todas las edades.
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